La gestión de residuos: el eslabón olvidado en la resiliencia frente a inundaciones

Por Miguel Ángel Artacho Ramírez
Profesor de la Universitat Politècnica de València (UPV) y director del Centro de Investigación en Dirección de Proyectos, Innovación y Sostenibilidad (PRINS)

Las inundaciones son, con diferencia, el desastre natural que más se repite y el que afecta al mayor número de personas en el mundo, -1.700 millones desde el año 2000. Aun así, seguimos minusvalorando uno de sus impactos más críticos: la ingente acumulación de residuos que se genera en pocas horas. Tras un episodio extremo, el volumen de desechos puede multiplicarse entre cinco y quince veces respecto a un año normal en la zona afectada. No hablamos solo de escombros: hablamos de lodos y sedimentos, enseres domésticos, residuos electrónicos, restos vegetales, vehículos siniestrados y materiales peligrosos, mezclados en un cóctel que complica mucho su adecuada gestión.

Según el informe ‘Gestión de Residuos tras inundaciones: tratamientos, riesgos y retos futuros’ elaborado por mí y publicado por Fundación Naturgy, el cambio climático y la expansión urbana están multiplicando la frecuencia e intensidad de las inundaciones. Para 2050, se estima que los episodios con un período de retorno de 100 años ocurrirán el doble de veces en el 40% de las regiones del planeta. España no es ajena a esta realidad: la DANA de 2024 en Valencia dejó tras de sí un balance trágico de 230 personas fallecidas y cientos de miles de vecinos afectados, con pérdidas por valor de más de 17.800 millones de euros. Pero al drama personal se suma el más de un millón de toneladas de residuos a gestionar con carácter de urgencia.

El dispositivo activado combinó puntos de acopio locales, puntos de tratamiento temporal, refuerzo de plantas metropolitanas, habilitación excepcional de canteras para almacenamiento y un operativo masivo para retirar y tramitar más de 110.000 vehículos a través de Centros Autorizados de Tratamiento. Con todo, hubo que tomar decisiones complejas en un entorno de mucha incertidumbre para poder dar respuesta a la emergencia.

La gestión de residuos tras una catástrofe es un asunto muy relevante y su impacto va mucho más allá de ser una simple limpieza de calles. La mezcla heterogénea de escombros, lodos, productos químicos y restos orgánicos que dejan las inundaciones puede convertirse en un foco de infección y contaminación, comprometiendo la salud pública de las comunidades afectadas. A ello se suman los riesgos medioambientales derivados de los lixiviados, las emisiones y la alteración de ecosistemas sensibles como humedales y zonas protegidas. Además, la dimensión logística es crítica: el bloqueo de carreteras o el colapso de infraestructuras pueden prolongar la emergencia y multiplicar sus costes económicos y sociales.

La gran lección de Valencia es inequívoca: los aspectos hidráulicos, urbanísticos, etc. son esenciales, pero la resiliencia también se juega en la gestión de residuos. Los Planes de Gestión de Residuos ante Desastres (PGR) son esenciales y necesitamos asumir que la acumulación masiva de desechos es un impacto estructural de las inundaciones, no un efecto secundario, por lo que la planificación, la gobernanza y la financiación son primordiales.

La resiliencia exige una estrategia integral que contemple la gestión de residuos ante eventos catastróficos como un pilar esencial. Los planes específicos en las zonas vulnerables que anticipen volúmenes, definan puntos de acopio y establezcan protocolos claros son cada vez más importantes y los expertos en residuos han de jugar un papel relevante en los comités de emergencia, garantizando que las decisiones que se tomen contemplan su conocimiento técnico desde el primer momento. Valorar el marco normativo para poder actuar con agilidad sin comprometer la sostenibilidad, y aprovechar la innovación tecnológica —desde sensores IoT y sistemas de inteligencia artificial hasta gemelos digitales— para monitorizar en tiempo real la evolución de los residuos y optimizar su tratamiento es igualmente relevante. Finalmente, la educación y la concienciación ciudadana son claves para fomentar la separación en origen y reducir riesgos, porque la colaboración social es también determinante.

El futuro ya no es lo que era. Las inundaciones extremas volverán y serán más virulentas allí donde el cambio climático y la expansión urbana amplifican el riesgo. Si queremos proteger vidas, patrimonio y ecosistemas, debemos completar el círculo de la resiliencia: predecir, prevenir, responder y recuperar, integrando cada vez más la gestión de residuos como un pilar estratégico. Avanzar en la planificación en materia de residuos ahora es ahorrar costes, evitar daños ambientales y, sobre todo, proteger a las personas mañana.

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